Mis paseos por la ciudad son intuitivos. Sólo me guían los ojos y los oídos en el momento de seguir adelante o girar en una esquina.
Así, la ciudad es sólo mía, y aunque recorra decenas de veces las mismas calles, siempre me depara sorpresas: las imágenes cambian con la luz,
las caras cambian con la hora, los ruidos cambian con los días de la semana…
Al dejarme llevar por esos pálpitos irracionales encuentro las diferencias, y recién cuando sigo mis deseos e irritaciones inconcientes puedo admirarlas y disfrutar cada paso.
Cuando salgo a caminar así no “debo” ni “tengo” que hacer nada. Descubro conversaciones, imagino situaciones y, a pesar del alboroto, sólo estoy yo y mi sensación de libertad.
Hoy estoy en otro bar. Esta vez con un té de frutas y miel que endulza aún más este momento.
Después de encontrarme en una conversación amena sobre hombres difíciles con una desconocida compañera del salón fumadores, estoy de nuevo en compañía sólo de mi libro y mi papel.
Sólo me queda una hora de bar antes de abrir la puerta para salir a jugar y seguir disfrutando del viernes.
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