Me pareció verlo en Montevideo y Corrientes.
Esquina legendaria para mi vida, si las hay... es esa!
Me sobresalté. No quise que fuera real. Por suerte, fue sólo una ilusión óptica de alguien con lentes parecidos.
Fue justo ahí, en la esquina que más me ha marcado. Ahí, en la esquina del pasado y del reencuentro conmigo.
Esta vez no lo dudé. Entré en La Paz y me pedí una cerveza bien fría; no por lo emblemático, ni por la historia y tampoco por melancolía. Era el lugar que más cerca tenía con espacio para fumadores bajo un glorioso aire acondicionado.
La ciudad arde y no soporto este calor ni en una mesa con la sombra de Los Naranjos.
El tostado es un clásico. No tengo hambre pero asumo que que no me viene mal tomar con estómago lleno.
El señor que está en frente mío también escribe. Tiene todo el aspecto de intelectual de la calle Corrientes; remera amarillo rabioso con una inscripción: MADNESS, y el pelo cano largo apenas desprolijamente atado. Parece que no se concentra o que está buscando una idea. Tiene algunas hojas tipeadas, poco manuscrito, muchas hojas blancas y un café en jarrito que hace rato terminó. Me mira escribir sin parar.
Hay algo de desconsuelo en su mirada.
¿Sabrá que estoy escribiendo sobre él? Quizá me siento acompañada en la tarea de llevar al papel lo que estoy pensando.
Estoy haciendo tiempo para empezar un curso: Manual para el pintor autodidacta.
Autodidacta, sí. Pintora, ojalá pudiera saberlo.
No me vienieron a vender rosas, sino una estampita con una de las imágenes conocidas de Jesús. No la quería, pero me daba esa especie de culpa vergonzoza no darle nada.
Apareció el chico, ya pasaba los 11 y mucho más los 6. Después del clásico gesto de "no tengo nada", refiriéndome a las monedas que, no está demás decir que no tenía (¿quién tiene las monedas!!!???), me pidió sandwich. Rápidamente, con servilleta incluida, le di en la mano.
Ya pasó más de media página y algunos sorbos de cerveza y todavía me arrepiento de no baberle dado dos de los tres triángulos que quedaban del suculento tostado.
Se va acercando la hora de salir al infierno de la calle nuevamente, y todavía tengo que pasar por el baño a cambiarme, antes de seguir, la remera transpirada, negra de ollín con toques verdes del mate que me volqué encima esta tarde.
Mi vecino de mesa volvió a escribir. Lo miro y encuentro una cara conocida. Apuesto que lo habré visto algunas decenas de veces por esta calle y por estos bares.
Mueve la cabeza, asiente y disiente. Observa alrededor. ¡Ojalá que haya encontrado esa idea!
Ya es casi tarde y todavía tengo que encontrar al mozo, perder unos pesos y
seguir buscando mi camino.
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